Palabras vaciadas
/0 Comentarios/en Vinos /por Jérôme Garriataes Entre las múltiples cosas que a día de hoy me generan mucha inquietud, existe alguna que me preocupa más que otras. Una de las que más desasosiego me provoca es la forma en la que se manosean ciertos conceptos que, al menos en mi opinión, son básicos para conseguir un mínimo de bienestar propio y también social.
Dentro del ámbito más íntimo, no comparto el excesivo uso de palabras que representan procesos personales tan difíciles y comprometidos como empatía, resiliencia o meditación. El colocarlas tantas veces, y en tantos discursos diferentes, defendiendo lo mismo y lo contrario a la vez, las banaliza. Se han convertido en un producto tan sobreexplotado en tantos ámbitos, mediáticos y comerciales, que han caído en la insustancialidad.
Desde un punto de vista social, pienso que ocurre lo mismo con conceptos tan serios como democracia y libertad. Algo que debería ser patrimonio común de todos, y, por tanto, ser cuidado y protegido con esmero, se lo apropian y lo soban unos y otros con el único objetivo de sembrar recelos y miedos.
Finalmente, todos estos términos, tanto los más personales como los más sociales, acaban, dentro de este mundo tan sofisticado, no por complejo, sino por sofista, como carne de cañón de memes. Paradójicamente, esto me genera, de vez en cuando, alguna esperanza. La aguda ironía que rezuman algunos de estos caricaturescos mensajes demuestran que sigue existiendo, en alguna parte de nuestra sociedad, un profundo sentido crítico y altura de miras que incluso es capaz de hacer humor con actitudes tan inquietantes.
En toda esta forma de proceder existe una palabra que no ha escapado a este circo de superficialidad, ecológico. Sin embargo, y como el resto de los conceptos nombrados anteriormente, deberíamos reflexionar sobre él con la seriedad que requiere.
Un ecosistema lo forma una comunidad de seres vivos en un lugar determinado. Todo ese conjunto interactúa creando el equilibrio biológico y ecológico necesario para que exista la mayor biodiversidad posible. Estos ecosistemas en equilibrio y su biodiversidad resultan vitales para el ser humano, porque en ellos encuentra todos los recursos que precisa para poder vivir con bienestar, al poder satisfacer con ellos sus necesidades. El problema radica, al igual que en la banalización de las palabras anteriormente nombradas, en que por el interés que fuere se sobreexplotan. A nadie debo explicar el debate abierto mundialmente sobre el problema medioambiental que la actuación del ser humano no adecuada está provocando: entre otros, la desaparición de ecosistemas determinados, y por tanto, de su biodiversidad o el aumento de la temperatura de la Tierra que ya evidencia un cambio climático de consecuencias negativas no sé si del todo dimensionadas. Tampoco debo subrayar la existencia de movimientos que niegan todas estas circunstancias. De todo esto estamos informados y cada cual tendrá sus opiniones. Personalmente, expongo la mía: debemos aprender a establecer unos marcos de producción en donde se respete el medioambiente, cosa que, actualmente, no sucede demasiado.
El txacolí Urkizahar se produce en Beizama, municipio de Gipuzkoa, en el viñedo «más alto» de la denominación de origen Getariako Txacolina. La nota de cata que proporciona la bodega explica que visualmente «destaca por su brillante tono acerado con notas verdes» y también «resalta su carbónico natural, que forma finísimas burbujas haciendo muy atractivo al txakolí». En nariz posee un «aroma frutal, que recuerda a fruta blanca como la manzana, y de cítricos que aportan frescura y viveza». En boca es «refrescante» con una «fina txinparta (burbuja) natural que distribuye por toda la boca sus aromas». Además «posee la acidez y el ligero amargor final característicos de la variedad Hondarrabi Zuri». Su final de boca se torna «agradable, con largo recuerdo y muy elegante».
Toda esta información sobre las características de este txacolí ya lo hacen, sin duda, muy atractivo. Pero no debe caer en saco roto su etiqueta de ecológico, porque para el proyecto que representa resulta vital. La apuesta por una «agricultura ecológica, que combina tradición, innovación y ciencia para favorecer el medio ambiente» y conseguir unas «relaciones justas y una buena calidad de vida para todos los que participan en ella» simboliza para sus productores una forma de enfocar la vida irrenunciable, comprometida.
La Cuba de Baco les anima a maridarlo de forma creativa, solo intentando buscar un equilibrio de intensidades entre la comida que se proponga y el propio txacolí. Disfruten del placer que proporciona. Valoren el esfuerzo de producirlo de forma respetuosa con el medioambiente. No nos podemos permitir el lujo de que ecológico sea una palabra insustancial, o vaciada, adjetivo este último también demasiado usado y casi gastado.
© La Cuba de Baco
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